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Informes - Investigaciones

GENERAL JOSE FRANCISCO DE SAN MARTÍN

Por Elena Luz González Bazán especial para Historia

18 de agosto del 2022

El 6 de febrero de 1829, ancla frente a la grada, un buque británico que trae al General San Martín.

El general San Martín decide regresar al territorio de las Provincias Unidas cuando le informan sobre el conflicto con Brasil.
Viaja el 7 de diciembre de 1827.
Por carta, felicita a Vicente López y Planes por el nombramiento como Presidente provisional y le ofrece sus servicios, para la defensa de la Patria en la guerra con el imperio.
De tal modo, que el 21 de noviembre de 1828, con la intención de hacer efectivo tal ofrecimiento, se embarca hacia Buenos Aires en el buque inglés «Countess of Chichester”, con escala previa, llega a Montevideo el 5 de febrero de 1829 y al día siguiente arriba al Puerto de Buenos Aires.

JOSE DE SAN MARTIN

Según se puede conocer, no desembarca, se mantiene con el nombre de José Matorras, pero pronto se conoce su identidad porque es filtrada.
Hay desavenencias entre los políticos de aquel tiempo, muchos desconfiaban de San Martín y en realidad siempre le reprocharon que no participara en las luchas intestinas. Esto es cuando en 1819, el Directorio le ordena que baje a Mendoza para reprimir y participar de las luchas internas, entre unitarios y federales.
Los amigos que lo visitan en el barco son Tomás guido, el coronel Manuel Olazábal y el mayor Álvarez Condarco. Ellos lo ponen al tanto del cese de las hostilidades con Brasil y que era Manuel José García quien estaba al frente de las tratativas para llegar a un acuerdo de paz con el imperio de Brasil.
Otra de las noticias que le llevan es que había resurgido la guerra civil y que un subordinado de San Martín, el general Juan Lavalle había derrocado y fusilado al gobernador Manuel Dorrego.

A partir de esta situación, San Martín parte al ostracismo y con la misma actitud firme de no participar en las luchas internas emite una declaración que deja claro lo que era la situación de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en aquellos dolorosos años.

En una carta dirigida a su amigo y confidente: Tomás Guido, le expresa todo lo que sigue:

“Las agitaciones consecuentes a diecinueve años de ensayos en busca de una libertad que no ha existido, y más que todo, la difícil posición en que se halla en el día Buenos Aires, hacen clamar a lo general de los hombres que ven sus fortunas al borde del precipicio y su futura suerte cubierta de una funesta incertidumbre, no por cambio en los principios que nos rigen, sino por un gobierno riguroso, en una palabra, militar, porque el que se ahoga no repara en lo que se agarra. 
Igualmente convienen y en esto ambos partidos, que para que el país pueda existir es de absoluta necesidad que uno de los dos desaparezca. 
Al efecto se trata de buscar un salvador que, reuniendo el prestigio de la victoria, la opinión del resto de las provincias, y más que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan. 
La opinión, o mejor decir, la necesidad presenta este candidato: él es el general San Martín… 
Partiendo del principio de ser absolutamente necesario el que desaparezca uno de los dos partidos de unitarios o federales, por ser incompatible la presencia de ambos con la tranquilidad pública, ¿será posible sea yo el escogido para ser verdugo de mis conciudadanos y cual otro Sila, cubra a mi patria de proscripciones?  No, amigo mío, mil veces preferiré envolverme en los males que ser yo el ejecutor de tamaños horrores. 
Por otra parte, después del carácter sanguinario con que se han pronunciado los partidos contendientes ¿me sería permitido por el que quedase vencedor de una clemencia que no sólo está en mis principios, sino que es del interés del país y de nuestra opinión con los gobiernos extranjeros, o me vería precisado a ser el agente de pasiones exaltadas que no consulten otro principio que el de la venganza? 

Mi amigo, es necesario que le hable la verdad: la situación de este país es tal, que al hombre que lo mande no le queda otra alternativa que la de someterse a una facción o dejar de ser hombre público. 
Este último partido es el que adopto…. Ud. conocerá que en el estado de exaltación a que han llegado las pasiones es absolutamente imposible reunir los partidos en cuestión, sin que quede otro arbitrio que el exterminio de uno de ellos…”

Muchos años hace que usted me conoce con inmediación, y le consta que nunca he suscripto a ningún partido, y que mis operaciones y resultados de éstas han sido hijas de mi escasa razón y del consejo amistoso de mis amigos. No faltará quien diga que la patria tiene derecho a exigir de sus hijos todo género de sacrificios. Esto 'tiene sus límites. A ella se le debe sacrificar la vida e intereses pero no el honor.

La historia y, más qué todo, la experiencia de nuestra revolución, me han demostrado que jamás se puede gobernar con más seguridad a los pueblos que después de una gran crisis. Tal es la situación en que quedará el de Buenos Aires que él no exigirá del que lo mande después de esta lucha más que tranquilidad.

Si sentimientos menos nobles que los que poseo en favor de nuestro suelo fuesen el norte que me dirigiese, yo aprovecharía esta coyuntura para engañar a este heroico pero desgraciado pueblo, como lo han hecho unos cuantos demagogos que con sus locas teorías lo han precipitado en los males que lo afligen, dándole el pernicioso ejemplo de perseguir a los hombres de bien, sin reparar en medios..."

Después de lo que llevo expuesto, ¿cuál es el partido que me resta? Es preciso convenir que mi presencia en el país, lejos de ser útil, no haría otra cosa que ser embarazosa para los unos, y objeto de continua desconfianza para los otros, de esperanzas que deben ser frustradas, y para mí de disgustos continuados. .."

"No he querido hablarle una sola palabra sobre mi espantosa aversión a todo mando político. Cuáles serían los resultados favorables que podrían esperarse entrando al ejercicio de un empleo con las mismas repugnancias que una joven recibe las caricias de un lascivo y sucio anciano.

Por otra parte, ¿cree usted que tan fácilmente se hayan borrado de mi memoria los horrorosos títulos de ladrón y ambicioso con que tan gratuitamente me han favorecido los pueblos que en unión de mis compañeros de armas hemos libertado?

Yo estoy y he estado en la firme persuasión de que toda la gratitud que se puede exigir de los pueblos en revolución, es el que no sea ingratos; pero no hay filosofía capaz de mirar con indiferencia la calumnia.

De todos modos, esto último es lo de menos para mí, pues si no soy dueño de olvidar las injurias, a lo menos sé perdonarlas..."

 

El libertador de medio continente no buscó títulos, ni nombramientos, ni retribuciones. Fue un hombre digno.
Es importante conocerlo por sus pensamientos y manifestaciones.

FUENTES: portales y libros varios sobre historia nacional, fuentes varias y fuentes propias.

Este pensamiento del General San Martín fue leído y compartido con los alumnos del Taller de Historia del Centro Cultural Osvaldo Pugliese.

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